La situación global está redefiniendo el rumbo de las inversiones en energías renovables en Europa, obligando a las empresas del sector a adaptarse a un contexto marcado por la inestabilidad política y los cambios regulatorios.
Con la victoria de Donald Trump en las recientes elecciones estadounidenses, se abre un nuevo capítulo de incertidumbre para el sector energético global.
La postura climática del líder norteamericano, que incluye la posible retirada de Estados Unidos de tratados como el Acuerdo de París y la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, podría poner en riesgo importantes avances en energía limpia y sostenibilidad.
La administración Biden había impulsado la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), destinada a promover la industria de energías limpias y la posible derogación de esta ley por parte de Trump podría suponer una pérdida de hasta un trillón de dólares en inversiones y una disminución en el crecimiento del PIB.
En este contexto, el sector de las renovables en Europa observa con cautela y adapta sus estrategias para evitar depender de un mercado estadounidense inestable en términos de políticas ambientales y optar por una alternativa menos regulada.
Por su parte, Alejandro Labanda, Director de Transición Ecológica de beBartlet, observa que, a pesar de los avances que han hecho las energías renovables en términos de competitividad y reducción de costos, también enfrenta obstáculos ideológicos y culturales significativos.
Esta resistencia, afirma en diálogo con Energía Estratégica España, se debe a una mezcla de factores, entre los cuales destacan la percepción de que las políticas climáticas implican un sacrificio económico injusto y el temor a perder empleos en sectores tradicionales como el carbón, el petróleo y el gas.
“Para muchos, estas políticas se ven como un mandato que va en contra de su estilo de vida y del desarrollo económico de sus comunidades”, añade y opina que la victoria del candidato republicano en las recientes elecciones de Estados Unidos ha consolidado el apoyo a una visión energética que prioriza los combustibles fósiles y minimiza la urgencia de la acción climática, reavivando preocupaciones sobre el impacto que estas políticas tendrán en el mercado global de energías renovables.
“El escepticismo hacia el cambio climático está mucho más presente hoy que hace 15 o 20 años y, en ciertos casos, está ganando peso” y esta postura “tiene un efecto directo en las decisiones empresariales”, ya que las empresas que operan en contextos donde el cambio climático es politizado y sujeto a debate deben adaptar sus estrategias de inversión y expansión.
Por lo tanto, si bien las energías renovables han avanzado, la transición enfrenta el desafío de combatir una narrativa que asocia el cambio climático con restricciones económicas y limitaciones al crecimiento.
Este clima de desconfianza, según reflexiona Labanda, genera un entorno menos favorable para las renovables, retrasando las inversiones y, en algunos casos, incentivando a las empresas a apostar por mercados con políticas climáticas más estables y favorables a la transición energética.
La oportunidad europea
La autonomía energética y la independencia en producción industrial se perfilan como los nuevos objetivos para la transición ecológica en Europa.
En este sentido, explica que la UE tiene mucho que ganar acelerando su transición hacia la autonomía energética y productiva, especialmente en sectores clave como la fabricación de vehículos eléctricos y sus componentes.
“Tenemos una gran oportunidad de ser competitivos internacionalmente, pero esto también requiere un compromiso sólido de las empresas para invertir en nuevas capacidades de fabricación”, manifiesta el analista.
Empresas como Repsol, Cepsa y diversas compañías eléctricas españolas están liderando el camino hacia una diversificación en bioenergías y electrificación de la economía.
Las generadoras de energía renovable desempeñan un papel fundamental en este proceso, pues son las que impulsarán los proyectos e invertirán en infraestructura y tecnología.
“El sector privado tiene ganas de invertir y contribuir en España. Este impulso inversor es fundamental en un contexto donde el sector público también necesita asumir su parte para reducir riesgos y garantizar estabilidad”, asegura Labanda.
La reciente definición de la eliminación del gravamen a las grandes compañías energéticas, medida que se había implementado tras la guerra de Ucrania para paliar los efectos de la crisis, ha mejorado la percepción del riesgo país para empresas que buscan invertir en el sector en España, lo que, según Labanda, podría abrir una nueva etapa de normalización para el discurso público de estas empresas.
A medida que avanzan los planes de transición energética, se vuelve esencial la colaboración entre el sector público y privado para asumir los riesgos asociados con las nuevas tecnologías de energías limpias.
De esta manera, el referente de beBartlet destaca la necesidad de un “Green-Risk”, un concepto de colaboración que permita distribuir los riesgos entre ambos sectores, asegurando un entorno más favorable para las inversiones en la transición energética. “Es crucial que ni todo el riesgo esté en manos del sector privado ni se destinen excesivas ayudas públicas. La colaboración es clave para avanzar”, explica.
La combinación de incentivos locales, una política internacional estable y el desarrollo de nuevas tecnologías será determinante para que las empresas puedan avanzar hacia un modelo de transición energética sólido, que favorezca la independencia y competitividad de Europa en un mundo cada vez más fragmentado.
«La última frontera de la transición»
Por último, Labanda destaca que el sector de las renovables se encuentra en una nueva etapa de la transición energética, una fase que va más allá de la electrificación y explora innovaciones en bioenergía, biogases y combustibles sintéticos.
Esta evolución representa «la última frontera de la transición», un espacio donde ya no solo se busca reemplazar los combustibles fósiles con electricidad, sino desarrollar soluciones energéticas avanzadas capaces de ofrecer alternativas sostenibles a los combustibles líquidos y gaseosos que aún dominan sectores difíciles de descarbonizar.
Esta etapa de la transición, según Labanda, implica la creación de un ecosistema energético más diverso, que abarque una combinación de tecnologías que permitan una reducción significativa de las emisiones de carbono en sectores como la industria pesada, la aviación y el transporte marítimo.
“Estamos en un punto en el que la transición requiere más que solo paneles solares o turbinas eólicas. Ahora hablamos de bioenergía, de hidrógeno, de combustibles sintéticos, que son áreas donde aún queda mucho por hacer y donde se necesita inversión e innovación”, concluye Labanda y señala que el principal desafío será superar la incertidumbre sobre la demanda y la competitividad de estos nuevos combustibles en el mercado.
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