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diciembre 2, 2024

¿Cómo Valencia evitó el mayor apagón eléctrico de su historia?

La tormenta del 29 de octubre de 2024 puso al límite el sistema eléctrico de la Comunidad Valenciana. Tornados, lluvias y vientos dañaron infraestructuras clave, desconectando líneas de 400 kV. La rápida acción de operadores, técnicos y centrales energéticas evitó un apagón masivo.
By José Luis Bernal Albendín

By José Luis Bernal Albendín

diciembre 2, 2024
¿Cómo Valencia evitó el mayor apagón eléctrico de su historia?

El 29 de octubre de 2024, la Comunidad Valenciana vivió una de las tormentas más severas y complejas de su historia. Una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) descargó lluvias torrenciales que superaron los 300 litros por metro cuadrado en apenas 24 horas, acompañada de vientos huracanados que alcanzaron los 120 kilómetros por hora.

Como si esto no fuera suficiente, siete tornados atravesaron el territorio, dejando tras de sí un rastro de destrucción. Cuatro de ellos alcanzaron la categoría EF0 en la escala Fujita, con vientos de entre 105 y 137 kilómetros por hora. Otros dos subieron al nivel EF1, con rachas de hasta 178 kilómetros por hora.

El más potente, clasificado como EF2, azotó con vientos de entre 179 y 218 kilómetros por hora, arrasando infraestructuras y amplificando los desafíos de una situación que ya era crítica.

Las lluvias torrenciales inundaron instalaciones fundamentales, mientras que los tornados y vientos huracanados derribaron ocho líneas principales de 400 kV que conectan la Comunidad Valenciana con el sistema eléctrico nacional.

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Estas líneas, diseñadas para transportar grandes volúmenes de electricidad, son necesarias para la estabilidad del suministro. Su desconexión dejó a la Comunidad aislada de la red nacional, una situación en la que tuvo que depender exclusivamente de sus recursos locales de generación para mantener el equilibrio entre oferta y demanda.

Este aislamiento incrementó drásticamente el estrés en el sistema, poniendo a prueba su estabilidad frente a fluctuaciones en la frecuencia eléctrica, que debe mantenerse cerca de los 50 Hz.

Este equilibrio es determinante: cualquier mínima desviación puede desencadenar desconexiones automáticas y, en consecuencia, un apagón total.

La central nuclear de Cofrentes se convirtió en el principal actor para evitar el desastre. Con una capacidad instalada de 1.092 MW, esta planta genera aproximadamente el 44% del consumo eléctrico anual de la Comunidad Valenciana.

Las oscilaciones de frecuencia representaban un riesgo inminente para sus sistemas de protección, diseñados para desconectarse automáticamente ante condiciones inestables.

Sin embargo, los operadores de la central tomaron una decisión determinante: reducir la generación a 850 MW, un ajuste que permitió estabilizar la frecuencia sin comprometer la operatividad de la planta.

Esta decisión, tomada en cuestión de segundos, fue decisiva para evitar un colapso energético que habría paralizado la Comunidad durante días.

Mientras tanto, Red Eléctrica de España e Iberdrola movilizaron recursos estratégicos para estabilizar el sistema. La central hidroeléctrica de bombeo de La Muela, situada en Cortes de Pallás, jugó un papel destacado.

Diseñada para operar como una gigantesca batería con una capacidad instalada de 1.772 MW, La Muela pasó de estar en reposo a funcionar a plena capacidad en menos de tres minutos. Este rápido aporte de energía permitió cubrir las cargas prioritarias y aliviar la presión sobre otros generadores.

Por su parte, la centrales de ciclos combinados de Castellón y Escombreras, que utiliza gas natural, también fueron decisivas. Aunque estas instalaciones suelen necesitar entre cuatro y seis horas para alcanzar su plena capacidad, la coordinación entre Iberdrola, Red Eléctrica y los operadores de las centrales permitió que comenzaran a generar electricidad tiempos récord ayudando a estabilizar aún más el sistema.

El impacto físico en las infraestructuras eléctricas fue devastador. En localidades como Requena y Buñol, las torres de alta tensión colapsaron bajo la fuerza de los vientos, mientras que las inundaciones anegaron subestaciones estratégicas como las de Catadau y Quart de Poblet.

Más de 155.000 usuarios quedaron sin suministro eléctrico en las primeras horas, enfrentándose a un panorama de incertidumbre que solo comenzó a mitigarse gracias al esfuerzo coordinado de más de 500 técnicos e ingenieros movilizados de todo el país.

Equipados con drones y cámaras térmicas, inspeccionaron rápidamente las líneas dañadas, priorizando las reparaciones más críticas. Generadores portátiles y grúas de gran tonelaje fueron movilizados para restaurar el suministro en instalaciones prioritarias, mientras que vehículos especializados facilitaron las tareas de reparación en terrenos complicados.

En algunos casos, fue necesario reconstruir torres enteras desde cero, un trabajo que en circunstancias normales habría llevado semanas, pero que se completó en días gracias a un despliegue logístico sin precedentes.

Un mes después, el sistema eléctrico de la Comunidad Valenciana ha sido completamente restaurado, pero aún queda mucho por hacer.

Este desastre. meteorológico destacó la necesidad urgente de adaptar nuestras infraestructuras a fenómenos climáticos cada vez más extremos.

Las torres de alta tensión deben ser rediseñadas para soportar vientos más intensos, mientras que las subestaciones necesitan sistemas avanzados de protección contra inundaciones.

Además, es necesario contar con una combinación equilibrada de fuentes gestionables, como la nuclear y la hidroeléctrica, que complementen a las renovables en situaciones de crisis.

La rápida respuesta de los equipos técnicos y la coordinación entre los actores clave no solo evitaron un apagón masivo, sino que también demostraron que, con preparación y tecnología, es posible enfrentar incluso los retos más complejos.

Lo ocurrido el 29 de octubre no fue simplemente un desastre climático, sino una advertencia sobre la fragilidad de nuestras infraestructuras y la importancia de estar preparados para lo que está por venir.

Los fenómenos climáticos extremos se están convirtiendo en una realidad cada vez más frecuente, y la pregunta ya no es si enfrentaremos otra crisis como esta, sino cuándo.

Para entonces, debemos estar listos con infraestructuras más robustas y con sistemas operativos que no solo resistan, sino que prosperen en las condiciones más adversas.

Porque, al final, la electricidad no es solo una necesidad, es el pulso que mantiene viva nuestra sociedad y un mes después lo hemos comprobado.

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